Descifra en clave de género la relación entre el joven pintor y la mujer más retratada de la época. Se apoya en diversas disciplinas para entablar un diálogo entre los personajes y sus representaciones para analizarlas como documentos autónomos, testimonios visuales con vida propia. Elige como antecedente genealógico el primer retrato que soriano hace de Lupe Marín en 1945 y dos autorretratos del pintor adolescente realizados en 1934 y 1937, respectivamente.