Al terminar la primera guerra mundial, Marcel Duchamp, seguramente el mas consecuente vanguardista del siglo XX, llegó a Buenos Aires. Detestó la ciudad. Le pareció rastacuera y provinciana. Quisó armar una exposición. No pudo. Decició entonces jugar al ajedréz. Pero, ¿es verdad, como sostiene la crítica, que entre su obra y la cultura en la circulón durante 1918 no pasó nada?