GERARDO MONTIEL KLINT FINLANDIA

GERARDO MONTIEL KLINT FINLANDIA

Editorial:
MORG
Año de edición:
Materia
Fotografía
ISBN:
978-607-59432-0-6
Páginas:
144
Encuadernación:
Cartoné
$1,200.00 MXN
IVA incluido
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Empecé Finlandia en el 2017 y no sé si es mucha la casualidad
de que empezara justo antes del COVID, porque de alguna
manera la pandemia marcó el fin del mundo como lo conocíamos.
Este proyecto se me fue presentando sobre todo
como una manera de acceder al inconsciente, además de que
para mí representa una gran obra alquímica, Opus Magnum.
Finlandia es un primer capítulo basado en Nigredo, Albedo,
Citrinitas y Rubedo, los cuatro pasos de la alquimia para tornar
el plomo en oro.
Finlandia parte del sonido y de la música. Sibelius, Wagner,
Les Baxter, Mica Levi. Al escuchar los acordes que logra sacar
Alondra de la Parra dirigiendo una orquesta europea para tocar
el Danzón no 2 de Arturo Márquez o el Huapango de Moncayo,
algo se activó en mi imaginación. La literatura, particularmente
con Le Clézio, las ideas de grandes filósofos como Nietszche y
Schopenhauer, el cine y la filosofía oriental también alimentaron
mi visión durante esta etapa.
Me interesa la idea de la fotografía como representación
de los deseos, como medio para introyectarlos y al mismo
tiempo proyectarlos. Se puede decir que la columna vertebral
de mi trabajo siempre ha sido el inconsciente. Un día hice un
video autorreferencial, en un taller que tomé en la Fundación
Meyer, en 2004, y hacerlo me sacudió por completo. Se me
ocurrió hablar de mi cercanía con la muerte. Primero, mi abuela
muere de una manera trágica cuando yo tengo un año de
edad. A los 9 años mi mamá también muere y no veo su cuerpo.
Me llevan al funeral, está el ataúd, pero no la veo a ella. Durante
mucho tiempo mi secreto era que yo pensaba que me había
portado mal y que mi mamá se había ido de la casa por mi culpa
pero que en cualquier momento iba a aparecer. Me decían:
“Ya falleció” y yo decía: “No, se fue porque yo hice algo malo, me
porté mal o algo pero estoy seguro de que está viva.” No quería aceptar que ya había fallecido. Al hacer el video me di cuenta
de que casi todo lo que aparecía ahí eran cuerpos yacentes y en
ese momento comprendí que lo que estaba fotografiando era el
cuerpo que nunca vi: era el cuerpo de mi madre, que no había
visto. Ahí me di cuenta de la potencia que tenían las imágenes
en el inconsciente. Fue como abrir una puerta y dejar que se
desbordara la imaginación —la imaginación activa de Jung—
donde las imágenes me hablaban. Muchas de las imágenes son
crípticas. Sé qué significan para mí y, aunque alguien vea otra
cosa, creo que logran tocar los arquetipos que todos traemos.
En un principio decía que yo procuraba comunicarme, más que
con la gente, con el inconsciente de la gente.
Se van sumando experiencias, lecturas, historias, vivencias
y todo entra en mi trabajo, es parte de mi biografía. En casa
se abarcaba el mundo de la academia y la medicina. Siendo
médico, mi papá siempre leía ensayo y cosas de su profesión,
al mismo tiempo que tenía un nexo con un mundo mágico,
desquiciante, inexplicable. Mi abuela, que venía de Tlaxcala, nos
hablaba de chaneques y cadejos, pero no como contando una
historia de miedo sino como algo verídico. “Es que se apareció
una mujer de fuego”, decía, y juraba y perjuraba que se había
aparecido. Mi papá le contestaba: “Sí, mamá, cómo no”, mientras
me guiñaba un ojo. La abuela estaba perfectamente bien
de la cabeza, pero habiendo crecido en el México posrevolucionario
y en un lugar remoto como Apizaco, creía en todo ese
imaginario, un mundo a fin de cuentas muy emocionante para
una exploración creativa.
Algún tiempo antes de empezar con Finlandia, estaba
yo en un estadio que era como un plateau con respecto a la
fotografía y a mi propia actividad creativa. Sabía cómo resolver
los proyectos, pero algo ya no me estaba emocionando, a pesar
de que dos trabajos anteriores me habían movido por completo.

calor endemoniado del lado del desierto y del lado del mar están
los vientos de Santa Ana que son unos vientos fuertísimos.
Procuro ir a lugares donde la naturaleza es la protagonista, y
aunque me gusta toda la naturaleza no sé por qué regreso tanto
al mar y al bosque. No tengo ni idea. En el desierto también he
hecho muchas series, pero tienen otro sesgo, sin tanta urgencia
por explorar. En cambio con el mar… Ahora me surgió también
la idea era ir a Finlandia, el país, al mar Báltico. Pero se atravesó
la pandemia, ya no lo hice y es uno de los pendientes que tengo.
Un día le dije a un tío del lado materno, que no vive en
México: “Tengo entendido que el apellido Klint es alemán, pero
¿qué quiere decir?” Me contestó: “Bueno, el apellido no es alemán.
Tu abuelo sí nació en Bremen, pero en realidad el apellido
es raro en Alemania, porque es escandinavo. Los klints son unos
acantilados del lado del mar Báltico, allí donde el mar golpea.
De allí viene el apellido.” Tantos años haciendo cosas en el mar
y de repente te dicen que tu apellido quiere decir “acantilado
junto al mar”. Me encanta y me parece, otra vez, una revelación
o una casualidad demasiado casual. De esto me enteré cuando
yo tenía 46 años, o sea ya muy grande, y es parte de los pequeños
engranes que empezaron a girar con Finlandia. Quizás es
una cuestión de arquetipos, con el bosque y el mar embebidos
en la saga familiar, una predisposición a ese tipo de entorno.
Muchas posibilidades para dejar que el inconsciente sea
el que empuje y realice las imágenes. Digamos que soy el pincel,
la pluma del inconsciente. Como si fuera un médium. La tabla
y yo nada más soy el que sacudo y salen las fotografías, porque
de verdad a veces las veo y digo: “De dónde salió esto, cómo, por
qué?” Lo que me interesa con mi fotografía es que me siga contando
cosas, que sea esta carta cerrada desde mi inconsciente
y que yo la tenga que abrir, leer y entender. Como esta carta
viene de un inconsciente que es también parte del inconsciente
colectivo, seguramente también detona algo en el inconsciente
de quien la observe, de quien la mire, sin la idea de estar en un
festival de fotografía o en un circuito de arte o en una publicación.
Cuando empecé a hacer fotografía anotaba todo, bocetaba
todo y ahora ya no. A veces hasta me entra un poco la culpa
por no hacerlo, pero ya no lo hago porque siento que nada más
soy el instrumento, el pincel del inconsciente, la cámara del
inconsciente. Hacia allá ha ido Finlandia.
El inconsciente y la autorreferencialidad van forzosamente
encadenados y por tanto mi vida cotidiana es la materia
con la que trabajo. No es cuestión de que yo me ponga a leer un
texto acerca de la síntesis de la imagen fotográfica en el mundo
del siglo XXI y a partir de él, con teorías francesas, alemanas
o españolas, elabore un marco conceptual para abordar mi
trabajo desde el pensamiento de otros. Desde luego que no
soy ajeno a la teoría —de hecho, me encanta—, pero procuro
tenerla en un cajón separado. Este es el cajón de la teoría y de
los textos, de la filosofía que tanto me gusta, pero el armario
de la creación es otra cosa.
Este ciclo de Finlandia se encadenada con todo lo que he
trabajado antes, como en una banda de Moebius. Es la misma
banda y son los mismos insumos los lubrican la máquina, pero
cada vuelta se hace de distinta manera. Es la misma lógica la
que está operando, aunque no necesariamente es el mismo
circuito. Las imágenes fotográficas que hago no están frente a
mis ojos sino atrás de la cabeza. Sé que ahí están, pero si volteo
no las veo porque ellas también se mueven para permanecer
detrás de mí. A veces son imágenes muy pesadas, en las
que trato de resolver algo visualmente sin saber cómo, hasta
que de repente, si cierro los ojos, sé por dónde quiero ir en el
bosque, en el mar, en el recorrido hacia Finlandia. La imagen
tiene que ir construyéndose y solamente después se te planta
de frente. De muchos años para acá la imagen está atrás. Por
eso digo que no es que yo vaya con la cámara y voltee a ver y
diga: “Aquí.” Viajé mucho, por la península de Baja California,
por la Reserva de Cuicatlán en Oaxaca, fotografiado muchas
cosas: los acantilados, el mar, la vegetación, las cactáceas, y
al regresar, cuando veía las fotos decía: “Están bien tomadas,
están bonitas, pero ¿qué más?” Era una especie de adrenalina
fallida, porque llegaba muy emocionado de los viajes, veía
todo lo que había tomado y decía: “Bueno, es que nada más son
fotos.” Esto se debía a que eran fotos de las que están enfrente
de ti y haces “click”.
Por la pandemia dejé de viajar físicamente, pero tenía
suficiente material como para seguir viajando sin salir de
casa. Y ahí fue donde entré en una fase muy interesante con
Finlandia, haciendo que las imágenes se manifestaran por sí
mismas. Me puse a experimentar con ellas en el laboratorio
digital, como si fueran las veladuras de un pintor que hace
un primer trazo y luego se suelta, en una cuestión sobre todo
gestual. Deja uno de ser, de estar con los dos pies en el mundo
real, y la creación empieza a fluir a partir de la imaginación
activa, del inconsciente. De repente las imágenes empezaron a
brincar desde atrás de la cabeza para ponerse delante de mí, a
un ritmo impresionante. Como para quitarme esa angustia en
la que todos estábamos sumidos. Empecé a viajar como antes,
a viajar diario al inconsciente. Mi recuerdo de esos momentos
es de haber estado a las cuatro de la mañana frente a la computadora,
muy emocionado. Dormía dos o tres horas y volvía a la
carga. En una serie de 40 o 60 fotos generalmente me tardo dos
o tres años. Durante el periodo pandémico trabajé casi 500 imágenes
fijas, además de videos, y me preguntaba cómo había estado
tan prolífico si no había salido de entre las cuatro paredes
de mi casa. Era ese viaje al inconsciente que me debía. Ahora sí
siento que estoy con los dos pies en el inconsciente porque ya
encontré esa cámara secreta de la pirámide, ese lugar al que
una vez que encontraste cómo entrar, regresar es muy sencillo.
El problema fue encontrar la puertecita que estaba oculta y que
necesitaba una cierta llave, y fue el aislamiento de la pandemia
lo que lo hizo posible. De otro modo no sé si hubiera tenido el
tiempo y el talante para estar sentado tanto tiempo frente a la
computadora dejando que las imágenes fluyeran y se reinventaran.
Mucha adrenalina y mucho placer, un subidón creativo
como no recuerdo otro.
No es una cuestión de si me gustan o no las imágenes
resultantes, sino de ver qué provocan, de ver si me provocan
algo de eso que desconozco. Eso es lo emocionante, algo que no
puedo verbalizar pero cuya potencia está ahí para ser provocada
por las imágenes. No es que evoquen un momento específico,
un recuerdo concreto, no, son momentos irrepetibles que
además jamás sucedieron frente a la cámara. Al hacer fotografía
yo estaba acostumbrado a que todo sucediera frente a
la cámara, a tener la escena enfrente. En cambio, si yo quisiera
fotografiar lo que sentí cuando estuve en esa primera sesión
con esa persona, en ese lugar, ¿cómo voy a lograrlo? A lo mejor
estoy en un acantilado y veo unas gaviotas en el cielo, cuando
de repente cambia el viento y se empieza a hacer una espuma
en el mar y me digo: “Es que es eso: pura efervescencia y pura
potencia que el ser humano no puede dominar, algo que está
más allá de uno.” Son los momentos de la experiencia estética,
con la naturaleza ahí solita manifestándose. La puedo fotografiar,
sí, pero tengo que hacer que esa imagen que está enfrente
pase primero atrás de la cabeza, como una matriz o una calca
que tiene que madurar, que tener un proceso. Que entre a esa
cámara de la que estoy hablando, a ese lugar del inconsciente
para poderla filtrar y que salga siendo otra cosa. Esa otra cosa,
esa otra imagen ya no se parece en nada a la espuma y al mar
que fotografié, es otra cosa. Ya es una piedra que parece una
piedra pero que es mucho más que una piedra. Son imágenes
de la realidad, pero de la realidad del inconsciente. Eso es lo
que me parece emocionante y revelador de este ciclo en el
que estoy ahora gracias a Finlandia, que es mi piedra de toque
en el sentido de Nietzsche o de Jung. Toqué la piedra, Finlandia
es mi piedra.

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