LA HIPÓTESIS BABEL : 20 FORMAS DE DESPLAZAR UNA TORRE

LA HIPÓTESIS BABEL : 20 FORMAS DE DESPLAZAR UNA TORRE

Editorial:
ABADA
Año de edición:
Materia
Arquitectura
ISBN:
978-84-96258-93-8
Páginas:
136
Encuadernación:
Rústica
$550.00 MXN
IVA incluido
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Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras. Al desplazarse la humanidad desde oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron uno al otro: ‘Ea, vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego’. Así, el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Después dijeron: ‘Ea, vamos a edificar una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra’». Era un mismo lenguaje, y se oían idénticas palabras. Y, sin embargo, un des-plazamiento, como un recorrido originario –el mismo que hace el sol sobre su curso, el que va desde Oriente hasta Occidente–, abría ya la marcha de los hombres en el transcurso de un itinerario que se abre ya, desde el 'principio', como itinerario de sus vidas y se cierra, también desde el 'principio', como Itinerario de una Historia que nunca abandonó su movimiento circular, procedente de 'Oriente' –toda tierra es 'oriente' para otro en ese desplazarse indefinido–. La prueba de que existe ya ese otro –la interna pre-existencia de eso Otro– en el mismo modelo que se enuncia bajo las apariencias de lo mismo (que aquí se escucha como idéntico) es el texto mismo que se lee. La hipótesis Babel es muchos libros pero todos ellos articulan el mismo interrogante: ¿se puede construir/destruir literariamente una torre?, y plantean la misma paradoja: que una torre no es sólo vertical o, más bien, que la verticalidad es una ilusión sostenida por la arquitectura y demolida siempre por la literatura. En el fondo del libro subyace la radical oposición entre arquitectura –siempre efímera, a pesar de su elevada apariencia física– y literatura –la cual reconoce una eternidad anterior y más allá de lo divino, en el corazón mismo del lenguaje, como si hasta los dioses fueran también deudores de esa indefinición entre verdad y mentira, que es la que alimenta la posibilidad de hablar, de contar y, como acto seguramente ya inútil, de escribir