José Luis Cuerda es, sin duda, uno de los más grandes directores que ha dado el cine español; a estas alturas, huelga decir que algunas de sus películas son auténticas obras maestras. En ellas ha cultivado con esmero lustrosos imaginarios propios que ya han pasado a formar parte del imaginario colectivo. En estas Memorias fritas, Cuerda hace un repaso de muchas de las facetas de su vida, de sus apetencias y estímulos en el terreno de la creación. Hilarantes por momentos, sabias, emotivas, elocuentes, reflexivas, cariñosas, un poco gruñonas, siempre salpimentadas con mucho humor también con un principio de llanto estas poliédricas memorias abarcan desde su infancia en Albacete hasta su reciente abuelía, pasando por el resto de su vida: el seminario, su trabajo en tve, sus películas como director, sus películas como productor, su relación con la literatura, sus militancias políticas, sus pinitos como vinatero, su afición a hacer pintadas en internet y un largo etcétera. Siendo fiel a la máxima de Voltaire la mejor manera de resultar aburrido es contarlo todo, José Luis Cuerda nos ofrece en Memorias fritas una extraordinaria panorámica de lo que ha sido y es su vida.
«Nací y viví en Albacete hasta los quince años. Tres de ellos, muy lujuriosos, en los seminarios de Hellín y de la capital, después de iniciar el bachillerato en los escolapios, penal de la orden de la región valenciana, lleno de curas malos —y más vale que no me tiren de la lengua— y en el Instituto de Enseñanza Media. Nos trasladamos a Madrid porque mi padre ganó al póker un piso a estrenar en el paseo de la Habana a uno de los más conocidos constructores de este país. Terminé mis estudios primero, en un colegio donde el matrimonio Rubert-Ontañón hacía lo que podía —ponernos de rodillas, dar algún pescozón…— y mimaban como se merecía al compañero y luego científico Barbacid. Rematé preu de letras en el Liceo Anglo Español del señor Verdú —abuelo según supe años después de Maribel— e iniciador nuestro en goces como el de beber Vega Sicilia, invitados por él. Tres años —cursos incompletos— de Derecho en la Complutense me animaron a militar durante una temporada en el PCE y a abandonar la carrera. Durante los que estuve en TVE, muchos, aprendí la práctica de rodar y, paseando con los amigos por Argüelles, la teoría e historia del cine por lo menudo. Luego, he rodado una docena de largometrajes (El bosque animado, Amanece, que no es poco y La lengua de las mariposas, entre otros) y he pasado —han pasado sobre mí— dos o tres enfermedades muy puñeteras que me han facilitado la vuelta a mi primera inclinación artística: escribir. Y eso es lo que nos trae aquí.»